El freno de tambor nació de las manos del francés Louis Renault, en 1902, y se caracterizó por su alta eficiencia y relativo bajo costo, que lo hicieron muy popular durante varias décadas. Su ingeniería, simple pero funcional, consistía en que un par de zapatas impactasen contra la superficie de un tambor giratorio conectado al eje de las ruedas produciendo una frenada vigorosa.
La introducción de un sistema hidráulico que empleaba un aceite especial, dejaba atrás el funcionamiento mecánico, mejorando el tacto pues se graduaba mejor la fricción.
A partir de los años 50 el freno de tambor iría perdiendo terreno por la llegada del freno de discos, usado ya en las motocicletas. Ni siquiera el menor costo del freno de tambor, basado en la conexión de esa sola pieza a la parte anterior del automóvil, pudo opacar las ventajas de un sistema más exacto y modulado.
Hoy en día su uso está prácticamente restringido a vehículos muy grandes, que por tener una mayor zona de intercambio de energía y fricción toleran mejor su mecanismo. Y es que el freno de tambor se ha revelado como el más idóneo para el transporte, pues protege al sistema del agua, el barro y las incidencias del clima.